Lunes, 03 de diciembre de 2012


Septiembre de 2012. He vuelto a Salamanca. Y aquí estoy, subiendo del Arrabal del Puente, calle de Tentenecio arriba, llegando al Archivo Diocesano, frente a la puerta de la Catedral Vieja, en lo que fuera residencia de los obispos salmantinos hasta principios de la década de los 60 del pasado siglo, y domicilio de Franco en las postrimerías de la Guerra, de donde salió “el cuñadísimo”, Ramón Serrano Suñer, para llevar el parte del final a Radio Nacional de España, entonces en el edificio del Gran Hotel.

Cada vez que regreso a esta ciudad de mi adolescencia y juventud (“Salamanca que enhechiza la voluntad de volver a ella…”), vuelvo a ser aquel estudiante de Letras larguirucho y metomentodo, cofrade en cualquier cenáculo que oliese a literatura o a arte, trasnochador empedernido y reportero universitario en la radio local. Vana ilusión, similar a la que me proporcionan las visitas a Sayago, por las que con cierta frecuencia atravieso España entera, de E. a O., buscando reencontrarme con mi infancia.

Subo estas escaleras señoriales por segunda vez. En los tiempos de Maricastaña estuve en este palacio a cumplimentar al obispo dominico Francisco Barbado Viejo, haciendo parte de un grupo de muchachos de la Acción Católica. Era regordete, chaparrito, blancuzco y asturiano, el señor obispo. También muy dicharachero. Tenía la costumbre de utilizar sus apellidos para hacer un chistecillo muy tonto que todo el mundo le reía. En aquella ocasión tampoco los chavales nos libramos: “Cómo yo ya nací barbado y viejo, a mí no me podéis engañar! Jijiji. ¿Lo habéis cogido?”. Nos invitó a merendar chocolate con picatostes y le besamos el anillo episcopal para despedirnos. Él nos correspondió con una colleja de mentirijillas.

Ahora las escaleras palaciegas, después de haber subido la cuesta de la Ribera del Puente y de Tentenecio para llegar hasta aquí, se me atragantan un poco por culpa de mis maltrechos pulmones. Pero arriba, ya en el Archivo, me ofrece, obsequiosa y amable, su directora un asiento para que recupere el resuello, antes de pasar a exponerle el motivo de mi visita.

Le digo: —Vengo aquí, tras las huellas de Antonio Villamor, en busca de su testamento. Sé que fue enterrado en la parroquia de Santi Spiritus en 1726 y que, según la costumbre de la época, sus últimas voluntades deberían estar registradas en el Libro de Difuntos parroquial correspondiente a ese año.

Diligente, me presta su ayuda impagable Pilar Sastre Hernández, la muy complaciente directora, que resulta ser, al igual que yo, egresada de la facultad de Letras de Anaya, aunque mucho más joven. En seguida pone ante mis manos el libro con la signatura 437/56 y, en su folio 100 vuelto, me topo con el testamento de nuestro paisano. En cuyo margen reza: “Antonio Villamor. Pintor. Pagó el funeral y la cuarta parte de las Misas que dejó en el testamento y las que arbitraron  sus testamenteros, que parece fueron ciento y cuarenta. Y de ellas tocan treinta y cinco a la cuarenta.”

Estoy tratando de hallar una pista que nos pueda aportar alguna luz sobre la familia del pintor. El apellido Villamor, en Almeida, está desgajado en varias ramas y sería importante conocer de cual de ellas es deudo antecesor. Veamos que se dice en este documento. Leo: “En esta ciudad de Salamaca a siete días del mes de diciembre de mil setecientos y veinte y seis años, falleció Antonio Villamor, maestro de Pintor, feligrés de la Parroquia de Santi Spiritus, recibió todos los Santos Sacramentos de penitencia, eucaristía y extremaunción, otorgó su testamento en dos de dicho mes por ante Gregorio Pérez ss. Del número de esta Ciudad; cuyo traslado exhibieron ante mí sus herederos y testamentarios: por el cual consta, se mandó enterrar en sepultura de esta Iglesia, a elección de sus testamentarios y mandó se le hicieran tres Oficios y que se le ofreciese en cada uno de ellos pan, vino y cera: Mandó también se le dijeren treinta misas rezadas y que según el caudal que dejase al tiempo de su fallecimiento arbitrasen sus testamentarios el que se dijesen algunas más Misas por su alma: hizo la manda acostumbrada a las Obras pías y Santos Lugares y no dejó otra alguna, ni pía ni profana y instituyó por sus herederos a Pedro y Manuel de Villamor, sus hermanos, vecinos del lugar de Almeida y dejó por sus testamentarios a los susodichos y Alejandro Carnicero escultor y Antonio González pintor vecinos de nuestra dicha ciudad: se enterró hoy, ocho de dicho mes en la sepultura del segundo orden que dicen de los Zarzas, y para q. conste lo firma  Pedro Estevez”.

Lo hago público aquí, para conocimiendo de todos. Ya sabemos que hace doscientos ochenta y seis años vivían en Almeida los señores Pedro y Andrés Villamor, hermanos del célebre pintor. Un dato nuevo que nos permitirá tirar del hilo ampliando la investigación. Así pues, por hoy, solo me queda decir: Continuará.

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Tags: Tentenecio, Ribera del Puente, Antonio Villamor, Almeida de Sayago, Barbado Viejo, Pintura barroca, Santi Spíritus

Publicado por Sayago @ 10:17
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