¡Válgame Dios! Los sacrificios que tiene que hacer uno por la Historia. Pero si quiero ser consecuente con lo que predico, no puedo yo huir de la quema y poner en evidencia a los demás. Por eso, aunque me dé vergüenza, no eludo sacar a la luz pública la fotografía que estáis viendo, porque no es una fotografía cualquiera. Es un testimonio singular que nos ilustra muy elocuentemente sobre varios aspectos de gran interés etnográfico. Todo sea porque las futuras generaciones de almeidenses puedan tener una muestra más del ser, existir y comportarse de sus ancestros. ¡Va por ellos!
El Ángel Custodio era, por aquel entonces, una figura singular de la Semana Santa de Almeida. La encarnaba por turno un hijo varón de alguno de los integrantes de la cofradía de “Los Cuarenta” y representaba al ángel que velaba ante el sepulcro de Cristo muerto para que su cuerpo sacratísimo no fuera robado. Tradicionalmente lo vestían con un traje de paje de los usados en el S. XVII, de corte parecido al de “Los Seises” de la Catedral de Sevilla: mallas, greguescos (especie de pantalón que cubría desde la cintura hasta más arriba de la rodillas), jubón y chaquetilla rematada con cenefas doradas. Todo él de tonos azul pastel o así, menos el jubón y las medias que eran blancas. Sobre la cabeza un capirote de cartón forrado de blanca seda brillante y cubierto de arriba a abajo de collares de hilo de oro y otras joyas que la gente prestaba para la ocasión. En la mano, un pañuelito de encaje para sujetar un puñal ornado con cintas bordadas. Un poco adefesio sí que era, pero mi santa madre, Encarna Barrigós Andrés (q.e.p.d.), aunque con muy buena intención (Dios la haya perdonado), no me parece que acertara con la decisión de renovarlo por el que veis en la fotografía. El último en vestir el modelo tradicional fue Vicente Herrero Villamor que cumplió la encomienda el año anterior a mí.
Andaríamos por el 1950 ó 1951. Al que hizo la foto no se le ocurrió escribir la fecha por detrás. Tampoco sé quien fue. Alguien a quien enfocar la cámara adonde debía no se le daba bien, como es patente. A mi padre, Julio Martín Fuentes, que estaba a mi derecha, lo eliminó por completo del encuadre. O consideró que en buena ley debía ser mi madre la protagonista. Yo hubiera hecho lo mismo, rendido por lo guapa que luce, con ese abrigo que debía ser tendencia en aquel tiempo y la mantilla negra de blonda que se exigía llevar a las mujeres en procesiones y actos de culto. ¡Me encanta contemplarla, tan joven, tan erguida, tan solemne! Mi madre era una buena moza, bella por fuera y aún más por dentro, además de inteligente, hacendosa y simpática. Todo el que la conoció, lo dice. Pero no es cuestión de insistir en esto aquí, me basta con llevarlo en mi corazón y rememorarlo cada día.
En esta procesión del Domingo de Gloria, la Madre de Jesús ya no es una Virgen Dolorosa*, va al encuentro de su Hijo resucitado, a la salida del sol, sin el negro del luto de sus dolores. Ahora es a Ella a quien debe defender el Ángel Custodio. Por eso en esta procesión vamos delante de sus andas, flanqueados por nuestros convecinos, caras conocidas, muchos de ellos participando ya del misterio excelso de la resurrección de la carne que, en figura, conmemorábamos en esa procesión. ¡Es muy hermoso todo esto! Me da brincos el corazón de gozo con sólo imaginar que se hará realidad un día para nosotros los cristianos, ausentes unos, desperdigados otros, pero por fin todos disfrutando juntos para siempre.
Mas, volvamos a poner los pies en el suelo. No he de pasar por alto ese abrigo línea topolino que lució Encarna Barrigós Andrés para participar en el gozoso y feliz encuentro de aquel Domingo de Pascua. Por aquel entonces, la costumbre señalaba como fecha oficial para estrenar los abrigos la festividad de Todos los Santos. En este caso, dado el especial papel a jugar en la Semana Santa, mi madre debió estrenarlo en esta procesión. A ella le cosía, como a casi todas las jóvenes de Almeida, una modista que se llamaba Gene que vivía al final del Barrio de Abajo, a la trasera de lo que hoy es la Casa del Gallo. Ella buscaba en una revista-figurín un modelito y la costurera se lo sacaba tal cual y que ni pintado. No me canso de admirar ese abrigo. Me subyugan los bordados de sus bolsillos, las hombreras, el entallado, las solapas que se adivinan tras la blonda, esas mangas que se estrechan en los puños… ¡Qué arte!
¿Y el prota? O sea, yo. El reverso de la medalla. ¡¡Tierra trágame!! Supongo que tendré ganado el Cielo por dejarme travestir de tal manera y exponerme a las miradas de todo el pueblo y de los forasteros que hubiera, desde la Iglesia (saliendo por la puerta norte) hasta el Caño (ida y vuelta) Pero entonces los hijos reverenciábamos a los padre y los obedecíamos sin rechistar. Así que mi madre dijo algo así: “Es un compromiso muy grande andar con tanto oro de prestado en la cabeza, es mucho peso y mucho compromiso pues se puede perder alguna joya. Además, el traje ese no es de ángel. Incluso lleva un puñal en la mano, ¿dónde se ha visto?. No, ni hablar; yo te hago un traje de ángel como Dios manda y andando” Pues eso, ella tenía mucho arte y me preparó una túnica hasta los pies, unos zapatos blancos y unas alas de cartón forrado de satén blanco, sujetas con cintas por debajo de los sobacos… Hasta aquí, pase. Pero, ¿y la inenarrable peluca?, ¿y ese ramo de flores, como de novia?, ¿y esa diadema de azahares de tela? ¡Dios santo! No es por contradecir a la liturgia, pero el que iba “como cordero llevado al matadero” era yo. Maldije mil veces, carretera arriba y carretera abajo, el ser hijo de un cofrade de “Los Cuarenta”. Y no quiero acordarme del recochineo y de la solfa que hube de soportar todos cincuenta días de aquella Pascua florida por parte de todos los muchachos y muchachas del lugar. Un auténtico y angustioso calvario, que se ha perpetuado a lo largo de toda mi vida, cada vez que ésta u otras fotos similares han caído en manos de mis hijos o de mis nietos. ¿Os dais cuenta?
Pero, curado ya de espantos, no quiero que por callarlo, se pierda este episodio de la historia de nuestra Semana Santa. Creo que es mi deber legarlo para la posteridad, aunque prolongue con ello el suplicio pertinaz de mi personal estación de penitencia. A.M.G.D.
*De esta imagen de la Virgen de los Dolores, tan ligada a mi familia, ya conté la historia, hace dos años, en la siguiente URL: https://jmb.blogcindario.com/2011/04/00043-la-virgen-de-los-dolores.html
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